Blog de Ana Díaz. El arte del retrato

¿Por qué pinto retratos?

Es algo que me he preguntado infinidad de veces. ¿A qué se debe mi pasión por los retratos? ¿Por qué me resultan tan fascinantes?

Me lo he preguntado, de hecho, tantas veces que, al final, he llegado, si no a unas respuestas, al menos a unas intuiciones o, dicho de otra manera, he logrado identificar a las tres “culpables” de mi “obsesión” por los retratos.

 

– La primera sería la curiosidad.

Cada gesto, cada expresión, cada mirada, encierran un misterio, significan algo. Siempre, sin excepciones.

Las expresiones, como su propio nombre indica, surgen para expresar. Y lo que expresan es siempre lo que uno siente, lo que piensa, lo que ha vivido. Por eso me intrigan y me hacen pensar: ¿qué quiere decir ese gesto, de esa persona concreta que ha vivido unas circunstancias absolutamente propias y que, ha aprendido, sin embargo, a mostrar su interior a los demás de esa manera, con esa expresión única?

Qué significa, la verdad es que no lo sé, cómo saberlo, pero sumergirse en ese misterio, en la profundidad misma del ser humano, es, sin duda, un reto que siempre merece la pena. Al menos para mí.

 

– La segunda, la exploración personal.

Si bien es cierto que no hay una sola expresión en el mundo idéntica a otra, no es menos cierto que el gesto es universal y que, como nos comunicamos a través de él, nos resulta imposible ignorarlo.

Cada rostro, cada expresión, cada mirada nos impacta porque conectamos con su esencia y vemos reflejados en los rostros ajenos nuestros propios sentimientos .

Por tanto, un retrato no es sólo un viaje fascinante hacia los demás, sino también hacia el interior de uno mismo.

 

– Y la tercera, la sorpresa.

En el terreno de la ciencia, lo que deseas es que el resultado sea siempre el esperado. Con el arte, sin embargo, ocurre justo lo contrario. Deseas que sea el inconsciente (o las musas, como prefiráis llamarlo) quienes tomen el control y te sorprendan. Así ocurre que el retrato resultante de una persona que, al principio, cuando sólo la percibías racionalmente parecía previsible, haya salido, de repente, diferente, reforzada.

Y creo que es por eso precisamente, por esos pequeños instantes en los que casi pareces haberte apropiado del pincel de los dioses, por lo que merece la pena pintar, y lo que refuerza, sin duda, mi pasión por el retrato.


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